Son los profesores y profesoras, los maestros, maestras y docentes en cuarentena, estrujándose la sesera cada día para llegar a sus alumnos, para acompañarles y estructurar en la medida de lo posible sus hábitos y sus tareas y avanzar además en el desarrollo de las competencias y los contenidos establecidos. Y por qué no decirlo, ayudándonos a todos con la logística y la conciliación familiar.
Y en este contexto de contingencia absoluta en el que estamos, los docentes se enfrentan a algunos retos sobre los que es importante poner el foco, pensando en solucionar la situación hoy y en sacar aprendizajes que nos permitan mejorar la educación de mañana.
El primero, el reto de la Coherencia Educativa, es decir, el de seguir siendo fieles al Proyecto Educativo y al “perfil de alumno” en el que creen y por el que trabajaban hasta hace bien poco presencialmente día a día. La escuela no puede permitirse el lujo de desenfocarse y menos en estos momentos. Debemos ver esta situación como una oportunidad e intentar fomentar en nuestro alumnado la autonomía, las motivaciones intrínsecas y los hábitos de trabajo o aprovechar para ahondar en la solidaridad, el encuentro o el cuidado de nuestros mayores.
La Reflexión pedagógica es el segundo de los retos y bajo este epígrafe, algunos temas pendientes desde hace tiempo y que cobran ahora especial relevancia y otros que aparecen nuevos, sobrevenidos. Fundamentalmente la necesidad de reflexionar sobre el “qué quiero enseñar” antes de decidir el “cómo” o el “con qué”. Y no parece mal momento para pensar más en competencias que en contenidos y desenmarañar de una vez por todas un currículo obsoleto que nos aboca a dedicarle tiempo a contenidos de poco valor en detrimento de conocimientos y competencias clave para la vida hoy y más clave todavía para la vida mañana. A corto y medio plazo, parte de la respuesta a este reto pasa por mantener un alto nivel de coordinación y planificación docente tanto horizontal (para no saturar a nuestros alumnos con tareas en casa y poner el foco en lo realmente importante) como vertical (entre cursos y etapas o con el equipo directivo) entendiendo que ahora una casa con niños en distintas etapas es una casa que necesita coordinar equipamientos, horas y momentos de acceso, realización de tareas y logística familiar.
El tercer gran reto es de la equidad, el de entender que no todos los alumnos ni todas las familias tienen los mismos recursos en casa (conectividad, ordenadores u otros dispositivos, capacidad de dar seguimiento a las tareas, etc.) y desde los centros educativos y las administraciones públicas se le deben ofrecer soluciones creativas y de urgencia a este tema, más allá del canal público de televisión con emisiones educativas, que vaya por delante que me parece una propuesta interesante.
Y pensando en no dejar a nadie atrás, en entender a cada uno, aparece otro gran reto, el de la atención a la diversidad propiamente dicha; a la diversidad de capacidades e intereses de nuestros alumnos, sea por sus dificultades de aprendizaje, sea por las circunstancias puntuales que les está tocando vivir a muchos de ellos. La tecnología nos ofrece nuevas posibilidades de personalización del aprendizaje y esta situación que vivimos nos está dando muchas lecciones a este respecto.
Finalmente, y unido a todo lo anterior, el reto metodológico, el del mantenimiento la atención, la motivación y el esfuerzo de nuestros alumnos y alumnas; en los primeros días o semanas de confinamiento puede resultar útil (y quizá hasta beneficioso para niños y familias) conectarse asiduamente y generar dinámicas de contacto y trabajo recurrentes, pero esto no es sostenible en el tiempo, ni para los profesores ni para el alumnado y sus familias. Se hace necesario orientar nuestro quehacer metodológico hacia modelos de aprendizaje más autónomos y autorregulados basados en proyectos, retos, indagaciones o trabajo en equipo y hacerlo además en parte lejos de las pantallas. Acompañar más que instruir, provocar aprendizajes más que imponerlos.
En definitiva, confiar en nuestros alumnos y proponer desde ahí modelos distintos de evaluación y feedback que se tornan más clave que nunca dada la falta de contacto directo, de conversaciones de pasillo, de momentos cara a cara. Es momento de imaginar nuevas formas de evaluación, con soluciones de contingencia que permitan salvar el curso más que perderlo. Auto-evaluaciones, co-evaluaciones, evaluaciones cooperativas y fomento de la responsabilidad individual o la evaluación por competencias son bienvenidas.
Y diría yo que, casi por encima de todos estos retos, la necesidad de entender que el ser humano es un ser social, cuerpo y mente unidos, que aprenden en interacción con otros. Que nuestro alumnado necesita hoy apoyo y acompañamiento emocional y en muchas ocasiones el referente que supone su docente pueden ayudarles a gestionar las situaciones que está atravesando en estos momentos.
Y en cuanto a los docentes, debemos ser capaces entre todos de ofrecerles en estos momentos una red que les sostenga. Una red que debe llegar por un lado desde los equipos directivos, responsables TIC, equipos de orientación, administraciones y centros de recursos y por otro desde las iniciativas (muchas ya en marcha y desde aquí mi agradecimiento más sincero) que han aparecido desde el sector público y privado ofreciendo materiales interesantes, accesos gratuitos y propuestas varias de colaboración y apoyo.
Muchas cosas van a cambiar en el mundo de la educación después de esta etapa sin precedentes, y no me refiero a la mejora obvia de la competencia digital de nuestros docentes después de esta bofetada de digitalización que nos hemos llevado, o a la conclusión fácil de que muchos centros, docentes y alumnos no estaban preparados digital y pedagógicamente para afrontar este reto o a que necesitamos planes institucionales de digitalización…que también. Me refiero más bien a la necesidad de repensarnos definitivamente; ojalá estos momentos traigan a nuestra vuelta a las aulas una reflexión sobre los horarios, los agrupamientos, la presencialidad, la co-docencia o la organización del currículo, las tareas y la evaluación.
Deseo sinceramente que la educación salga reforzada de este drama que nos está tocando vivir a todos, que las familias entiendan y valoren el papel del docente, que los responsables de generar políticas educativas miren al futuro a partir de los aprendizajes del presente y que docentes y equipos directivos sean capaces de volver a las aulas (ojalá más pronto que tarde) con la mochila cargada de ganas de ver a sus alumnos y de ideas sobre cómo mejorar una educación que está necesitada de ser realmente una educación de calidad que permita a cada alumno conformar su futuro de manera autónoma y potenciando al máximo todas sus capacidades confiando en sí mismo sea en la escuela o en la mesa salón o de la cocina de su casa.
No vivimos momentos fáciles, pero todas las horas de trabajo que los docentes están dedicando a su alumnado no puede caer en saco roto..
Docente, a tu vocación yo apelo. No es una cuestión de competencia digital ni de edad o situación laboral, es una cuestión de ganas de seguir haciendo bien nuestro trabajo y de plantearnos qué de esto que estamos viviendo puede convertirse en permanente por positivo y qué de lo antiguo debemos desterrar definitivamente.